Pensamientos inútiles #2
¡Dios! Recuerdo rogarte paz y perdón por todo lo que yo no
tenía culpa. Recuerdo llorar todas las noches suplicando que se detuviera.
Tenía 11 años y mi mayor deseo era quedarme dormida y no despertar más. Siempre llegó la mañana y con ella el miedo y la resignación.
Los golpes, la sangre y todo el puto dolor. Sólo tenía 11
años y se me obligó a soportar y a encarar. Se me obligó a ser fuerte.
Dios, yo que tanto te amé y tú que ni siquiera conoces mi
nombre, una noche, buscando consuelo en lo que sea que me prometiera un poquito
de paz hice un trato con un Dios distinto. Recuerdo la noche, el ritual y las
velas. Recuerdo la sangre y los primeros cortes. Recuerdo que mi ingenuidad me
llevó a creer en cualquier cosa menos en ti, incluso rendí culto a ese falso
Dios de jeringas y polvo en la nariz.
No recuerdo que fue lo que esa noche di a cambio de lo que
no pudiste siquiera escuchar. No sé siquiera si ese otro Dios se compadeció de
mí, pero ya no lloro en las noches y le perdí el miedo a las mañanas. Ya no necesito
andar con la mirada baja ni cerrar los puños para aguantar los golpes. Ya no
sangro por culpa de otros. Me aferro a lo único que creo es mi capacidad
de aguantar y ser fuerte porque aquellos que han perdido la dignidad no les
queda más que hinchar el ego a costa de lo que sea.
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