La ceguera del egoísmo humano


En 1995, el escritor portugués, José Saramago, publica una de sus obras más notables: Ensayo sobre la ceguera. El texto narra la desintegración de la sociedad moderna a partir de una pandemia de ceguera. En principio, un hombre pierde la vista durante el rojo del semáforo. La gente alrededor se acerca para observar y tratar de darle solución a la congestión vial que está provocando este inconveniente. Una persona se acerca, se ofrece para manejar y llevarlo hasta su casa. Este buen samaritano deja al que ha quedado ciego en su casa y éste comienza a desconfiar del hombre desconocido que se ofreció en traerlo sin ninguna razón aparente. Más tarde, el primer ciego, en compañía de su esposa, se dirigen al oftalmólogo y se dan cuenta que aquel “buen hombre” le ha robado su auto.

El caso cero no recibe una explicación sobre su repentina discapacidad visual y, además, afirma que la ceguera que padece no es la típica ceguera negra que se conoce, ésta es una ceguera blanca como una neblina que cubre la vistaAl mismo tiempo que esto sucede, el ladrón también se queda ciego. Es así como esta cadena de “contagios” (ya que no se sabe qué es lo que provoca la ceguera) provoca que el gobierno instaure una medida drástica para resolver la infección masiva. Se toma la decisión de localizar y aislar a todos los enfermos de ceguera en un psiquiátrico abandonado. Dentro, las medidas de salubridad son deplorables. Una grabación les repite cada cierto tiempo las reglas que deben seguir por condición ya que en caso de desacato será ejecutada la pena de muerte:

El Gobierno conoce plenamente sus responsabilidades, y espera que aquellos a quienes se dirige este mensaje asuman también, como ciuda­danos conscientes que sin duda son, las responsabilida­des que les corresponden, pensando que el aislamiento en que ahora se encuentran representará, por encima de cualquier otra consideración personal, un acto de solidaridad para con el resto de la comunidad nacio­nal. Dicho esto, pedimos la atención de todos hacia las instrucciones siguientes, primero, las luces se man­tendrán siempre encendidas y será inútil cualquier ten­tativa de manipular los interruptores, que por otra parte no funcionan, segundo, abandonar el edificio sin au­torización supondrá la muerte inmediata de quien lo intente, tercero, en cada sala hay un teléfono que só­lo podrá ser utilizado para solicitar del exterior la reposición de los productos de higiene y limpieza, cuar­to, los internos lavarán manualmente sus ropas, quinto, se recomienda la elección de responsables de sala, se trata de una recomendación, no de una orden, los in­ternos se organizarán como crean conveniente, a con­dición de que cumplan las reglas anteriores y las que seguidamente vamos a enunciar, sexto, tres veces al día se depositarán cajas con comida en la puerta de entrada, a la derecha y a la izquierda, destinadas, res­pectivamente, a los pacientes y a los posibles conta­giados, séptimo, todos los restos deberán ser quema­dos, considerándose restos, a todo efecto, aparte de la comida sobrante, las cajas, los platos, los cubiertos, que están fabricados con material combustible, octa­vo, la quema deberá ser efectuada en los patios inte­riores del edificio o en el cercado, noveno, los internos son responsables de las consecuencias negativas de la quema, décimo, en caso de incendio, sea éste fortuito o intencionado, los bomberos no intervendrán, undé­cimo, tampoco deberán contar los internos con nin­gún tipo de intervención exterior, en el supuesto de que sufran cualquier otra dolencia, y tampoco en el caso de que haya entre ellos agresiones o desórdenes, duodéci­mo, en caso de muerte, cualquiera que sea la causa, los internos enterrarán sin formalidades el cadáver en el cercado, decimotercero, la comunicación entre el ala de los pacientes y el ala de los posibles contagiados se hará por el cuerpo central del edificio, el mismo por el que han entrado, decimocuarto, los contagiados que se queden ciegos se incorporarán inmediatamente al ala segunda, en la que están los invidentes, decimoquinto, esta comunicación será repetida todos los días, a esta misma hora, para conocimiento de los nuevos ingresa­dos. El Gobierno y  la Nación esperan que todos cum­plan con su deber… [1]

La gente aislada comprende que están solos frente a la ceguera, nadie vendrá a ayudarlos. Los insumos y los medicamentos no son suministrados como dicta la grabación, en el teléfono nadie contesta y conforme el psiquiátrico se ve rebasado en cupo, los soldados disparan a quienes no acatan las órdenes.

En el pabellón se encuentra el primer ciego, el doctor que lo atendió y la esposa de éste. Poco a poco se agregarán más internos cuyos nombres desconoceremos y sólo serán identificados por algún rasgo particular que posean.

El protagonismo de esta historia recae en la esposa del oftalmólogo, la cual, decide acompañar a su esposo que repentinamente también es afectado por la ceguera blanca. Ella miente diciendo que está ciega y así permanecer junto a él, pero esta ventaja, frente a los otros ciegos, termina por ser una prueba de voluntad ya que ella es quien procurará a los ciegos de su pabellón, además, será testigo de las inmundicias a las que se verán sometidos los otros personajes para sobrevivir al confinamiento. La esposa del doctor se convertirá en un líder silencioso entre los ciegos de su pabellón y así confrontar a los otros pabellones con los que habrá tensión y conflicto constante por la comida debido a que el líder del pabellón tres acaparará la comida y la repartirá a cambio de la humillación de los otros.

Ensayo sobre la ceguera es un texto que habla sobre los peores instintos de la sociedad al verse obligados a sobrevivir. La ceguera ha paralizado al mundo, la sociedad deambula en las calles en busca de comida y refugio pues han olvidado cómo regresar a sus hogares. Ensayo sobre la ceguera es un excelente texto para reflexionar en estos días de pandemia y aislamiento social. Es momento de cuestionarnos si queremos llegar a las distopías planteadas por la literatura, fruto del egoísmo humano, o hacer caso a las indicaciones y resguardarnos en casa.

Por ahora, el COVID-19 sólo ha expuesto lo peor del ser humano. La fraternidad y humanismo parecen ser ajenas de esta especie mundana que sólo es capaz de pensar para sí misma. Es cierto que también existen casos de bondad, pero son fácilmente opacados frente a las injusticias que estamos viviendo al combatir la epidemia. Son momentos de solidaridad y empatía, pero la mayoría de la gente opta por el saqueo y el acumulamiento. El capitalismo nos ha hecho insensibles frente al otro. El más necesitado, que no puede entrar a la voraz dinámica de consumismo es quien padece las consecuencias del primer mundo.

Saramago vislumbró, con acierto, la caída de la sociedad moderna a causa del miedo y el egoísmo. En sus páginas, la pandemia de ceguera blanca limitó el movimiento y detuvo a la sociedad, ocasionando la caída inevitable de la economía, y, por consiguiente, las leyes del hombre. Ahora, en la realidad, nos enfrentamos a una pandemia que es capaz de arrancarnos a nuestros seres queridos por el descuido propio y ajeno. Las economías mundiales pandean frágiles y los dioses guardan silencio. ¿Qué más necesitamos para despertar de la ceguera en la que hemos vivido? La literatura ha sido ese oráculo al futuro que en repetidas ocasiones nos ha mostrado que la realidad supera a la ficción. Todavía estamos a tiempo, pero no nos queda mucho. Es ingenuo pensar que ésta será la última pandemia con la que tendrá que lidiar la raza humana y si no aprendemos ahora, no sobreviviremos a las siguientes.

En México pareciera que nos tomamos todo a juego. Los chistes, los memes están a la orden del día y nunca hay seriedad frente a los problemas. La incredulidad y la ignorancia parecen ser el pan de cada día en este México tan olvidado de Dios y tan cerquita de los Estados Unidos. Basta con subirse al metro para escuchar: “eso ni existe”, “puros cuentos del gobierno”, “es una enfermedad de viejitos” e incluso llegar a pensar “eso no me va a dar a mí”. ¿Será que nos lo tomaremos más en serio cuando nuestros vecinos comiencen a caer, cuándo no podamos entrar a ver a los hospitales a nuestros seres queridos y sólo nos den una cajita con sus cenizas? En este México siempre hay que llegar al extremo para darnos cuenta que la cagamos, mientras, que sigan las burlas, los memes, las risas, total, ya vendrá el tiempo de llorar y con el tiempo todo quedará en la memoria, memoria que el mexicano olvida con facilidad.

José Saramago, que siempre estuvo presente como crítico a la política de este país y atento de las cuestiones sociales, vuelve a sacudirnos desde las fibras más hondas con Ensayo sobre la ceguera, el cual, es definitivamente una sacudida al ser y una lectura altamente recomendable para estos días de confinamiento donde tendremos que lidiar con el caos mundial y nuestra propia depresión.


[1] Saramago, José, Ensayo sobre la ceguera, Punto de lectura, Ciudad de México, 2001

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