Anécdota de otro fracaso
Me tomo el tiempo de escribir
esto para purgarme de ti. Eso de morir de amor ya me resulta ridículo y hablar
de dolor estoy más que cansada.
Quererte fue un instante de
alegría, ya no tengo 20 años para no entenderlo. Conozco mejor que tú el fondo
del vaso y los bares de paso. Conozco bien las alegrías de una noche y el “te
quiero” que se escapa por error. Pero besarte… besarte fue engañarme, bajar la
guardia y olvidarme del porqué permanezco sola. Besarte fue sonreír de nuevo
frente a unos ojos que me miraron sin odio. Besarte fue el acto más egoísta que
he hecho y del que no me arrepiento. Besarte, mi amor, fue permitirme olvidarme
de mis demonios que me atormentan en cada trago. Pero la cruda siempre llega y
con ella el dolor de cabeza y el arrepentimiento. Con ella viene el juicio que
se perdió por alegría de la noche fugaz, el antro y las personas que no
volveremos a ver pero que fueron buenos camaradas nocturnos.
No sólo tú despertaste con
resaca. Mis barreras se levantaron de nuevo y el temor comenzó a rondarme. No
me malinterpretes, yo nunca me arrepiento de nada, por eso permanecí en
silencio, esperando me regresaras a la realidad de la que me hiciste escapar
unas horas, pero me besaste, con la realidad imponiéndose a las 8 de la mañana.
Mi amor, si yo hubiera estado jugando, todo hubiera terminado en la cama y
antes de despertarte, yo hubiera estado camino a olvidarte, expiando tus besos en
una lata de Monster rumbo a cualquier lugar. Pero me quedé porque desde hace
tres años despertar en una casa ajena no era sinónimo de salir huyendo o así
quise verlo.
Al final ganó el miedo. Siempre
es el miedo que viene a joderlo todo y está bien. No te reprocho nada más que
el último beso. Te lo hubieras guardado si fue lástima lo que te impulsó a
dármelo. Siempre he sido mejor amiga que amante y tú ya escogiste y yo no tengo
fuerzas para intentarlo y volver a perder.
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